Al igual que la Tierra da vueltas alrededor del sol y nosotros no somos capaces de percibir los cambios que esto supone, nos ocurre con los cambios vitales.
En la infancia, los cambios son más rápidos: hay que aprender a toda velocidad para sobrevivir.
Los adultos vamos cambiando y nuestra vida cambia con nosotros, pero la percibimos como estable hasta que sucede algo que nos hace darnos cuenta de que la realidad es distinta a lo que pensábamos.
Pensemos un adolescente, por ejemplo. En cuestión de días, sus padres pasan de ser los seres más maravillosos a convertirse en seres despreciables. ¡Qué cambio!
Pues ese movimiento no tiene fin. Ocurre con los trabajos, con las parejas, con las ideologías…
Y es ley de vida. Por un lado, es un fastidio, pues ya tenía todo organizado y ahora no estoy adaptado al mundo, pero, por otro lado, resulta maravilloso, pues nos permite vivir más vidas y más emocionantes.
En otras ocasiones es el mundo el que cambia. Frases del estilo de: «en mis tiempos» o «si tu abuelo levantara la cabeza» no existirían en otro caso. Cada generación se enfrenta a su situación de una manera diferente y muchas veces los mayores no entienden estos cambios como positivos.
La realidad es que ya sean cambios internos o externos, tenemos dos posibilidades: afrontarlos y buscar cómo vivir mejor o dejarse llevar sin planificar nada. Ninguno de los métodos asegura el éxito, pero en Emprendimiento Vital apostamos por el primero.
Con independencia del resultado, gobernar tu propia vida de manera activa es satisfactorio por definición. Dirigir tu camino, ser el capitán de tu destino, además de sonar épico, es muy gratificante.
Al final, la clave es que, ya sea a contracorriente o a favor del viento, iré dando vueltas por la vida disfrutando el camino.