¿Quién te dijo que no se podía cambiar de vida?

La realidad nos ha dicho de manera contundente que nos pueden cambiar la vida de la noche a la mañana. Eso mucha gente ya lo sabía.

Hay personas que padecen una enfermedad y trastoca toda la vida de su familia, por ejemplo, el alzheimer.

En otros casos, un accidente te puede dejar sin movilidad o sin visión. 

Otros cambios socioeconómicos, los conocimos con la crisis del 2008. En Castilla-La Mancha hay dos casos de estudio, el de Villacañas o el Cebolla. Ambas poblaciones tenían una economía boyante asociada a un sector, el de la fabricación de puertas o a la fábrica de aluminio.

En un breve tiempo al vida cambió para todos. 

Aunque hemos puesto ejemplos negativos, también los hay positivos.

Personas que tienen una enfermedad incurable que estaban desahuciadas a la que descubren un tratamiento que la cura o que se recalifique una zona donde tenía unos terrenos rustico mi abuelo y ahora valgan mucho más.

¿Qué tienen en común estas situaciones?

En que las personas recibimos el cambio sin intervenir. Nos vienen dadas o nos las encontramos de sopetón.

Tendremos que comprender que ocurre, buscar la mejor forma de adaptarnos a la situación y hacerlo.

En este caso, actuar es obligado y la vida nos dirige al movimiento. Y nuestro entorno comprende que cambies. Es duro pero fácil lanzarse a cambiar.

Ejemplo de Villacañas

Revisando los datos de desempleo de Villacañas, en 2006 había una tasa de paro del 8% y en 2009 fue del 29%. Entre medias, el año con mayor tasa de paro fue el 2012, con un 44% de paro.

Parte de las personas que se han adaptado optaron por buscar alternativas en la vuelta al campo. Entiendo que sería los que tuvieran tierras familiares y que no trabajaban porque no eran tan rentables como trabajar en la fábrica. En ese momento, imagino que pensarían… ¿Qué planto yo? e investigarían. Unos tirarían por el pistacho, muy rentable en esos momentos y otros por el azafrán.

Ya que busco una nueva solución, busco la que mayor rentabilidad me de. El kilo de azafrán cuesta 5.000 € y en gramos unos  9-10 €.

El kilo de pistachos está entre 7,50-10€. 

Bueno, como vemos, algunos han sabido/podido reaccionar con el cambio y otros no tanto. Seguramente será una combinación entre la situación y la actuación individual lo que marca esta diferencia.

El constructor de Huelva que no se resignó

Hace unos veranos conocía a una persona que tenía una pequeña empresa de construcción y reformas. Me contaba que hasta 2008 tenía una buena forma de vida y que de repente todo se paró. Y se preguntó ¿Y yo que hago ahora? Tras investigar, decidió montar una granja de caracoles. Tema del que no sabía nada y pero informándose y probando logró realizar el proceso completo. Finalmente lo abandonó porque era muy exigente y delicado y probó otro emprendimiento que consistía en hacer carbón vegetal. Llegó a un pacto con un vecino de su pueblo que le vendía la madera y compró un horno y durante un tiempo estuvo viviendo de ello, exportando incluso a Francia. Decía que no se lo creía, que las propias empresas le llamaban para comprarle el carbón vegetal. 

Finalmente, cuando se reactivó la construcción, lo dejó para volver a su profesión.

Puso todo su empeño en reinventarse y cuando lo contaba, lo hacía con orgullo y pasión. Aunque económicamente lo pasó mal, se ve que el reto le dió mucha fuerza. 

Es evidente que, sin una fuerza mayor, nunca hubiera montado la granja de caracoles ni el horno de cabón vegetal, que por cierto, es bastante rentable. 

El cambio voluntario

Otra situación bien distinta es el cambio voluntario. Debería parecer mucho más fácil. Si yo quiero hacer algo debería ser más fácil que si me viene impuesto. Pues no.

Pero es lo que quieres hacer. Si tienes motivación todo lo puedes, ¿No?

La realidad es que en la vida tienes muchas influencias y muchas dinámicas que hacen que tendamos a quedarnos como estamos.

Ejemplo

Pongamos un ejemplo. Imagina que decides hacer un cambio de rumbo laboral. Para ello, tendrás que formarte, por ejemplo, haciendo un máster de un año. Será un sobreesfuerzo de todos los sentidos y aunque en un principio te apoyen, empezarás a notar presiones de distintos tipos:

  • En tu trabajo no les hará ninguna gracia, pues es para hacer algo que no tiene que ver con tu puesto.
  • Tu pareja y los hijos verán como les prestas menos atención.
  • Los amigos dirán que no te ven el pelo.
  • Y tus padres que ya no vas los domingos a comer.
  • Por otro lado, financieramente es una inversión que no esta claro que puedas recuperar.
  • Y tu, estarás cansado/a y dudarás si ha sido una buena idea.

La realidad es que los cambios voluntarios encuentran rápidamente afectados que harán que tengas que reforzar tus convicciones.

Y si es un cambio un poco loco, al primer contratiempo aparecerán frases del estilo «ya te lo decía yo». Es digno mencionar que cuando, después del esfuerzo consigues tu objetivo y te sale bien nadie te recuerdan que te habían desaconsejado el cambio.

Quedarnos estáticos no es la solución

No hacer los cambios voluntarios también tiene sus consecuencias, pero son más lentas y uno se puede quejar diciendo «Cómo me ha pasado esto a mi». Aunque se vieran venir.

En nuestra cultura está peor visto errar por hacer que por no hacer. En otras culturas está penalizado el quedarse quieto a verlas venir.

Estadísticamente será lo mismo. Unas veces el resultado será positivo y otras negativo.

Psicológicamente no. Si lo haces, al menos lo habrás intentado y eso da más satisfacción que tener un problema por no hacer nada. 

Muchas personas morirán satisfechas de haber intentado gobernar su vida aunque les haya salido mal. En cambio otras morirán arrepentidas de no haberlo intentado, de no haber arriesgado, aunque para los demás hayan tenido éxito.

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