En occidente, se nos había olvidado focalizar nuestras acciones a la supervivencia. Cierto es que hay parte de la población que lo tenía que hacer, ya sea por factores económicos o factores de salud, pero lo general era que nuestras preocupaciones fuesen de otro tipo de orden.
El 2020 nos lo enseñó y el 2021 nos lo recuerda. Son momentos para sobrevivir. El primero con una nueva enfermedad de la que ni sabíamos como protegernos. Fue el centro de todas las conversaciones y nos tuvimos que adaptar. Dejarmos de pelearnos por la oferta de jamón para asegurar que teníamos la nevera llena, máscarillas, papel higiénico o hidrogel.
Hemos tenido que decidir con quien nos juntamos y generar la burbuja a la que permitimos un acercamiento y hemos visto como conocimos, amigos y familia no conseguían sobrevivir a la enfermedad.
¿Cómo nos hemos adaptado?
Como hemos sabido. Algunos de una manera más adaptativa y otros de manera desadaptativa. En general, sin sorpresas. hemos acudido a nuestro repertorio de conductas y lo hemos intensificado. Probablemente no hemos adquirido nuevas formas de afrontar sino que hemos exprimido las que utilizábamos y en algunos casos convirtiendo problemas moderados en graves que se tendrán que trabajar en el futuro.
El nuevo año nos a vuelto a sorprender
El temporal ha vuelto a demostrar nuestra vulnerabilidad ante la naturaleza, de la que en situación normal no nos damos cuenta. Carreteras cortadas, sin acceso servicios sanitarios, sin poder comprar. En algunas zonas de nuestro entorno se quedaron sin suministro de gas, cortes de luz o como es nuestro caso, cañerías congeladas que nos dejan sin agua.
Todo ello sin tener en cuenta que si sales a la nieve y te caes o te pierdes puedes no volver a contarlo. Volvemos al modo supervivencia, en el que lo importante del día es hacer lo necesario para cubrir las necesidades básicas. Quitar la nieve para que nos hiele y poder transitar, revisar los tejados y los árboles, preparar las salidas de casa con la pala. En definitiva, nos centramos en lo importante.
En modo supervivencia no se vive tan mal
Los seres humanos estamos diseñados para la supervivencia. Sacamos una fuerza «sobrenatural» cuando estamos en peligro, nos focalizamos en el problema, mantenemos la alerta, preparamos nuestro cuerpo para la acción. Incluso, según dicen, parte de nuestros procesos de regeneración se desarrollan en las fases de ayuno prolongado.
Nos elimina los problemas «no relevantes para la supervivencia» y nos centra en lo importante.
Mejor si hay que hacer algo
Las sociedades modernas están diseñadas antinatura. No es un rollo ecologísta, del que también podríamos hablar, sino que nos pasamos muchas horas con nuestros mecanismos de alerta activados y la respuesta correcta es mantener la calma. Dicho de otro modo, lo contrario para lo que el cuerpo está preparado. Si la situación es prolongada y mal gestionada surge el estrés.
Por tanto, una situación de supervivencia como el COVID en la que tienes tensión pero básicamente se resuelve con la inacción, quedándote en casa, sin relacionarte, va en contra de nuestras respuestas naturales.
En una situación en la que tienes que coger una pala y quitar la nieve, revisar la caldera, preparar la casa es para lo que estamos preparados, nos gratifica, aviva el ingenio y permite sobresfuerzos inimaginables.
Somos vulnerables
Llevamos tiempo descubriendo que somos vulnerables. Bueno, sobre todo los adultos, pues los niños y los ancianos lo saben mejor.
Los individuos somos muy vulnerables pero actuando en equipo y con el apoyo de la tecnología lo somos mucho menos. El individuo necesita el equipo para sobrevivir. Y a veces, se nos olvida y damos poderes irreales al individualismo. Todo eso salvo que seas el último supervivente.
La vida es nuestra causa
En las sociedades avanzadas sobrevivir había dejado de ser una causa (y volverá a dejar de serlo). El instinto de supervivencia es una causa muy fuerte, motivadora y que genera las emociones puras y hace que el resto de problemas sean poco relevantes. Nos focaliza. Somos máquinas de supervivencia y es el modo óptimo de nuestra naturaleza.
En cuanto desaparezca la sensación de peligro, volveremos a preocuparnos por nuestros temas, pues nuestro cerebro nunca se queda en blanco y necesita analizar problemas que sirven como entrenamiento para las situaciones importantes de verdad en las que entra en juego la supervivencia.